En el Día Internacional del Pinot Noir, Viña Cono Sur recuerda su viaje junto a esta cepa desafiante, elegante y profundamente expresiva, con la que forjó una historia de innovación y carácter propio en tierras chilenas.
El Pinot Noir no es cualquier cepa. Delicada, caprichosa y con una personalidad inconfundible, ha sido históricamente un desafío para los viticultores. Nacida en Borgoña, Francia, se ha convertido en objeto de culto en el mundo del vino por su capacidad de reflejar el lugar donde crece. Sin embargo, fuera de su tierra natal, pocos se atrevieron a domesticarla. Y aún menos, a hacerlo con éxito.
Fue a comienzos de los años noventa cuando Viña Cono Sur, por entonces una bodega joven e innovadora, decidió embarcarse en un proyecto que parecía arriesgado: apostar por el Pinot Noir como una cepa emblemática para la viña. En un país más conocido por sus tintos intensos y estructurados, esta apuesta sonaba muy desafiante.
“El Pinot Noir nos atrajo porque en el fundo Santa Elisa, adquirido por la viña en la década del 90, estaban plantadas unas de las parras de esta variedad más antiguas registradas en el país. Se entendió en ese momento la importancia de ese valor patrimonial y enológico de estas vides y se decidió convertir al Pinot Noir en la cepa insigne de la viña”, recuerda Matías Ríos, Jefe de enología de Viña Cono Sur.
Más que una uva, una forma de entender el vino
Quienes se acercan al Pinot Noir por primera vez suelen quedar atrapados por su frescura natural y delicado carácter frutal, su textura sedosa, sus notas de frutos rojos, su elegancia y su evidente versatilidad para disfrutarla en distintos momentos. Sin embargo, detrás de estas características, hay una historia de paciencia, de ensayo y error, y de respeto por el proceso.
Un brindis por los vinos que cuentan historias
Este 18 de agosto, el Día Internacional del Pinot Noir no sólo celebra una de las cepas más queridas por sommeliers y aficionados, sino también a quienes se atrevieron a darle un nuevo hogar en el sur del mundo. Viña Cono Sur es parte de esa historia.
Entre maridajes, charlas, paisajes costeros y botellas compartidas, el Pinot Noir se convierte en mucho más que una cepa: es una experiencia, una actitud, una invitación a mirar el vino con más sensibilidad y menos reglas.